Estoy, efectivamente, hablando sobre el accidente del avión de Spanair en el aeropuerto del Prado el miércoles pasado. Paso ya siquiera de encender la tele o poner otra cosa que no sean olimpiadas, para escuchar de fondo, o cualquier pijada que próximamente comentaré, porque hay que ver como está la tele del verano!!...
Estamos hartos de escuchar que volar en avión es uno de los medios de transporte más seguros que existen, sabemos que cientos de personas mueren en accidentes de tráfico cada año, sabemos que mueren cientos de personas al año por asesinato, de hambre, por violéncia de género, en accidentes laborales... Pero a pesar de todo, nos recreamos en la tragedia de un hecho aislado que los medios de comunicación se empeñan en hacernos tragar de continuo como si todos hubieramos tenido algo que ver.
No es que esté falta de conciencia social, no es que no me importe que hayan muerto todas esas personas, pero es que eran eso; personas, con familias y amigos y vidas, que ahora son un número creciente en una noticia destacada del mes. En eso se les ha convertido, y realmente creo que no me gustaría estar en el pellejo de un familiar de alguno de esos pasajeros, viendo todo el día por todas partes la dichosa noticia con los números malditos y recordándome que mi vida es una pesadilla.
No olvidemos que no podemos dar grácias al cielo, o al universo o a quién nos de la real gana, solamente cuando tenemos la sensación de haber sido milagrosamente salvados de la muerte por algún entuerto del destino, sino ¡cada día, joder!, estamos vivos y lejos de la muerte en cada exhalación, en cada amanecer y en cada carcajada, y al parecer, cuando ocurren cosas como esta, nos pasamos el día lamentandonos de nuestros pecados y agradeciendo el estar vivos a pesar de lo mala gente que nos creemos que somos en momentos así.
Porque siempre es lo mismo, porque parece que nos gusta ponernos en lo peor para ver como nuestro corazoncito sufre una punzadita de dolor, o de sensación de culpa por seguir sobre la faz de la Tierra en cuerpo y alma, para medir nuestra capacidad de sufrir por lo ajeno o, en definitiva, para calibrar nuestra capacidad de empatía, que es sínonimo social de ser buena persona.
Relfexionemos sobre ello, no sobre la suerte de vivir o morir, no sobre el baremo de posibilidades de convertirte en mártir por muerte trágica.
